jueves, 15 de mayo de 2014

ELECTRÓNICA

La verdad es que esto no puedo dejarlo en el tintero. Fue una experiencia tan divertida como real y no exenta del espíritu investigador de un lego en la materia. Me refiero a mis experimentos en electrónica. Ese fascinante mundo de las partículas, cuyos extraños comportamientos cuando pasan a través de elementos de cierta pureza, parecen ser de otro mundo. Y lo son. Vienen del mundo de los electrones.
    Esta historia comienza en la Ciudad de México por los años sesenta, cuando se generalizaba el uso de los transistores que mandaron al museo los circuitos con válvulas al vacío (bulbos), esas misteriosas luces que iluminaban el interior de los viejos receptores de radio y que de niño me hacían imaginar pequeños mundos habitados por seres diminutos iguales a nosotros que eran los que en realidad vivían las aventuras en los programas de acción.
    Por ese entonces había empezado a practicar el deporte que durante años ha sido mi favorito: la arquería. Estaban entrando al mercado las flechas de duraluminio que poco a poco fueron sustituyendo a las de madera, pero que tenían un costo mucho más alto. Sucedía que algunas flechas, sobre todo de los novatos, no llegaban a la diana y se enterraban bajo el pasto, desapareciendo de la superficie sin dejar rastro. Para encontrarlas era necesario escarbar y eso dañaba el prado tan bien podado del campo de tiro con arco de la Ciudad Universitaria. Se perdía tiempo y si no se encontraban, también dinero. Decidí entonces construir un detector de metales. Compré un folleto con proyectos de electrónica donde venía uno muy sencillo. Conseguí todos los componentes y lo hice. El aparatito detectaba cualquier metal, por un efecto de impedancia, siempre y cuando el objeto a localizar no estuviera a más de diez centímetros de distancia de la bobina receptora y emitía un pitido. El asunto es que el aparato no tuvo el éxito esperado y decidí desmantelarlo. En mi laboratorio-taller-guarida-estudio, ubicado en la azotea, empecé a desoldar los componentes mientras escuchaba 7-90 Radio Éxitos. Como buen aprendiz, olvidé quitarle la pila al dispositivo. En una de esas, un fuerte pitido se escuchó en la radio. Sorprendido, descubrí que el sonido era causado por el aparatejo en cuestión. Cambié la estación y el pitido desapareció decreciendo como una sirena. Giré la perilla de ajuste y otra vez entró el pitido. ¡Podía interferir cualquier estación de AM! Bueno ¿y? pues que más pronto que ¡ya! se me ocurrió una aplicación práctica.

   Se habían puesto de moda los radios portátiles y a tiro por viaje abordaba el trolebús algún sujeto con su respectivo radio escuchando su música favorita, como La charrita del Cuadrante o similar, con un volumen de merolico. El dichoso trolebús me llevaba desde el extremo norte de la Ciudad de México, colonia Lindavista, hasta la Ciudad Universitaria. En aquel entonces un trayecto de poco más de una hora, que aprovechaba para repasar un par de materias pero, si lo abordaba un ejemplar de esos, adiós concentración.
Confiné mi descubrimiento en una cajita de cartón poco menor que una cajetilla de cigarros.

Experimento 1.- La primera víctima abordó en Insurgentes, feliz con su radio a todo volumen. Se sentó adelante y yo estaba en la parte de atrás. Me pasé adelante para poder verlo. Discretamente saqué mi aparatito y lentamente empecé a girar la perilla selectora. En unos segundos, un pitido tan sonoro como su volumen salió de su aparato. Vi cómo se azoró cuando se dio cuenta de que todos lo miraban y cambió la estación. El pitido cesó, pero no por mucho tiempo. El pitido entró de nuevo y provocó un nuevo cambio de estación. Así, el tozudo sujeto cambió la estación como cuatro o cinco veces, hasta que se rindió y apagó su radio para beneplácito de muchos pasajeros. Yo hacía esfuerzos sobrehumanos por no soltar la carcajada y ceder a la tentación de levantarme y decir en voz alta que yo era el causante. Yo, el amo de las ondas hertzianas.

Experimento 2.- Mismas circunstancias pero con una ligera variante. Había ahora una derivación conectada a un tornillo, cuya cabeza asomaba en la cajita. Tocando ese tornillito, el tono oscilaba a voluntad. Podía hacer que la cajita casi hablara. Además, tuve mucha suerte. ¡La víctima se sentó junto a mí! El chavo, feliz e inconsciente, encendió su aparato y ¡dale con su musicota! Yo, incrédulo de mi buena fortuna, saqué discreto mi "cajita mágica", sintonicé su estación y el pitido hizo su presencia. De reojo pude ver su expresión de extrañeza y vino el cambio de estación. El pitido no tardó en escucharse de nuevo. Tomó su aparato y lo sacudió. Cambió nuevamente de estación. ¡Llegó el momento, pensé, y de nuevo interferí su receptor pero ahora con un pitido oscilante fuera de este mundo. La víctima abrió la parte posterior del aparato, sacó las pilas, las puso al revés y probó de nuevo. La radio no tocó. Las sacó y las colocó correctamente. El pitido reanudó sus efectos espaciales. Yo ya no aguantaba la risa. Luego vino el clímax. El chavo se asomó por la ventanilla y buscó algo en el cielo. El pitido no cesaba y yo me daba vuelo improvisando diferentes combinaciones. Tomó el aparato entre sus manos y lo miró incrédulo. No pude contenerme más y soltando la risa apenas pude decirle "soy yo". Sus neuronas no soportaron más. Me miró como si estuviera viendo al diablo y quedó pasmado cuando le mostré cómo las oscilaciones del pitido coincidían con los movimientos de mi dedo. Casi en shock, se levantó de su asiento, pidió la parada y se bajó por la puerta delantera. El trolebús arrancó y pasó junto a él que me miraba atónito con su radio en las crispadas manos. Riéndome todavía, le dije adiós con la mano. Espero que haya recuperado el juicio.

    Hubo muchos experimentos más, todos muy divertidos, pero el gusto me duró poco. Llegó la FM y mi descubrimiento quedó obsoleto. No pude hacer nada contra la frecuencia modulada, pero nadie podrá quitarme esa maravillosa sensación de poder que me invadía cuando hacía funcionar aquel aparatito.




viernes, 9 de mayo de 2014

SON

Mar, arena y olas que no acaban de quedarse. Empezó de improviso y se movió describiendo rebuscados trazos, saturado de energía y vitalidad. Siguió girando dentro de sí mismo, llenando los ámbitos con su ritmo. Alegró su presencia en un revuelo de encajes espumosos y resonar de tarimas y tacones. De pronto acabó, dejando en el aire vibraciones que, como un latir de corazón, se fueron alejando en mis oídos.

miércoles, 30 de abril de 2014

COSAS QUE PASAN

Había sido un día tranquilo y regresaba en el auto al hotel. Era de noche y las luces de la ciudad brillaban por doquier. Circulaba por un rumbo desconocido cuando me di cuenta de que estaba perdido. Dos veces vi pasar las mismas casas, los mismos anuncios. En vez de detenerme seguí conduciendo hasta que me encontré en un gran viaducto. Circulaba completamente solo. Nadie venía tras de mí y nadie iba por delante. No podía regresar porque sería en contrasentido. Decidí llegar hasta el final. Esa avenida debía terminar en alguna parte o cruzarse con otra. Conecté las luces altas. Al poco rato, me pareció observar movimiento adelante y vi con claridad los reflejantes rojos de un auto viejo y la figura de un hombre haciendo señas. Bajé las luces y llegué hasta el coche. El hombre parecía feliz de verme. Me dijo que de pronto su coche se apagó y nada funcionaba. Venía con su familia a juzgar por las caras que se asomaban por las ventanas del auto. Saqué mi estuche de herramientas y la linterna. El cofre del motor estaba abierto. A la primera inspección descubrí la posible causa del problema: terminales de la batería muy sulfatadas. Mientras desconectaba los bornes, le pregunté qué andaba haciendo por ahí y me dijo que me iba a preguntar lo mismo. Tuve que confesarle que había tomado ese viaducto por error y que estaba perdido. Se echó a reír y me dijo que yo estaba inaugurando un nuevo viaducto. Que él trabajaba en la empresa que había pavimentado ese sector y había traído a su familia para presumirles su trabajo. El viaducto se inauguraría oficialmente dos días después. 
    Luego de haber limpiado los bornes, conecté los cables y le dije que arrancara el motor. Funcionó de inmediato. Encendió las luces. Se deshizo en agradecimientos y me indicó que lo siguiera. Pronto estábamos fuera. Me dio breves indicaciones para retomar mi camino. Nos despedimos y cada quién siguió por su cuenta.
    Cuando descansaba en el hotel, me puse a pensar en lo interesante del caso. Llevo muchos años viajando y han sido varias las ocasiones en que me he visto ayudando a personas con dificultades, en lugares en los que no tenía por qué haber estado. La verdad, eso me hace sentir que algo se mueve por ahí y dispone de mí para hacer cosas que, de otro modo, no hubieran sido posibles.

martes, 11 de marzo de 2014

¿SERÁ POSIBLE?

Definitivamente no es posible, y hablo de imposibilidades verdaderamente imposibles, que pudiera darse la posibilidad, por remota que fuera, de que aquello que no puede ser llegue a ser, porque si así sucediera, fallaría totalmente el principio de las posibilidades imposibles y su opuesto, el de las posibles imposibilidades. Dentro de lo posible, podemos catalogar lo ya existente. El sinnúmero de entes que por sus características y cualidades, nadie en su sano juicio puede negar su existencia. Vgr.: Unicornios, centauros, gárgolas, grifos, esfinges, etc., muy conocidos por todos nosotros. Así pues, pintemos nuestra raya y vayamos hasta donde "la razón, iluminada por el conocimiento" nos permita definir claramente las cabales posibilidades de lo imposible, con el claro objetivo de poner coto a tanta discrepancia acerca de la más posible de las imposibilidades: el hombre mismo, considerado y visto a través de sus propios ojos, en la diáfana claridad de una conciencia que, si bien se ha mantenido al margen de tan bizantina discusión, ha tomado la decisión inapelable de que el asunto que nos ocupa es una posible imposibilidad.

martes, 4 de marzo de 2014

PRESO

                                               


                                                       


                                                                Hoy he visto la médula
                                                                de mis huesos.
                                                                Hoy mis ojos se vieron
                                                                sin espejo.

                                                                Hoy me vi,
                                                                en la breve prisión
                                                                del infinito.
                                                                Por un instante lo toqué
                                                                y he descubierto
                                                                que me he quedado preso,
                                                                en el lado de afuera
                                                                de la cárcel.

martes, 25 de febrero de 2014

EL SEMBRADOR

Lo conocí hace tiempo, en algún rincón oculto de mi mente. Caminaba despacio y venía hacia mí. En sus ojos se reflejaban los todos y las nadas. Cuando lo tuve cerca, me vio sin observarme. Pasó de largo y siguió esparciendo las semillas de su morral sin fondo. Seguí tras de sus pasos, lo alcancé y toqué su hombro sin decir palabra. Él se volvió y por un momento, bajo el sombrero, creí mirar la cara de mi padre. Después, no había nadie.
     Ayer regresé a ese lugar queriendo verlo, pero no estaba. Miré al suelo y ahí, en los surcos, despuntaban apenas diminutas hojas. Hoy he venido de nuevo, con el espíritu pletórico de riego y las manos repletas de labranza. En adelante seré un buen campesino, cultivando mi propia parcela.

martes, 18 de febrero de 2014

APUESTA

Hace tiempo escuché una frase que me parece buena: "La Muerte está tan segura de ganarnos la carrera, que nos da una vida de ventaja". Bien está. Sin embargo, hay un pequeño detalle que descubre lo que en realidad es una gran chapuza. Si estuviéramos apostando con ella para establecer las reglas de la competición, no deberíamos aceptar lo de "una vida de ventaja", porque el concepto está muy indefinido, muy vago. La Muerte es una sinvergüenza porque apuesta sabiendo que va a ganar y nosotros seríamos muy tontos si no aclaráramos de cuántos años de vida estamos hablando para poder negociar. No olvidemos que la Muerte, tanto como la Suerte, son sólo mandaderos del destino. Así que ¡cuidado! porque si apostamos sin definir el plazo, al otro día de cerrada la apuesta, la muy taimada se nos puede aparecer a la vuelta de la esquina.